YA LO DIGO YO
He empaquetado la Navidad en una de esas bolsas isotérmicas típicas del supermercado. Así se me mantendrá fresca y reluciente para el próximo año. Antes de recoger los bártulos, les he preguntado al cerdito, la gallina y al mismísimo «caganer» qué les parecía si cerrábamos el chiringuito por este año. Al principio se han quejado, pero finalmente me han escuchado y, resignados, han desmontado la paradita. Lo mismo de cada año: El Niño Jesús lloriqueando, la Virgen María que si Jose estate por el Niño, el Jose que está hablando con Melchor, y Gaspar y Baltasar cargando los camellos de regalos. Y la casa sin barrer. Menos mal que tengo el Roomba. Lo cual me deja tiempo para dedicarme a lo que más me gusta. Disfrutar del tiempo. Qué mejor regalo que tenerlo, compartirlo, saborearlo, exprimirlo y celebrarlo. Luego están los minutos, que en ocasiones nos saben a segundos. Y las horas, que pueden convertirse en días llenos de gloria. Y las semanas en las que planificamos nuestros mejores proy