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YA LO DIGO YO

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He empaquetado la Navidad en una de esas bolsas isotérmicas típicas del supermercado. Así se me mantendrá fresca y reluciente para el próximo año. Antes de recoger los bártulos, les he preguntado al cerdito, la gallina y al mismísimo «caganer» qué les parecía si cerrábamos el chiringuito por este año. Al principio se han quejado, pero finalmente me han escuchado y, resignados, han desmontado la paradita. Lo mismo de cada año: El Niño Jesús lloriqueando, la Virgen María que si Jose estate por el Niño, el Jose que está hablando con Melchor, y Gaspar y Baltasar cargando los camellos de regalos. Y la casa sin barrer. Menos mal que tengo el Roomba. Lo cual me deja tiempo para dedicarme a lo que más me gusta. Disfrutar del tiempo. Qué mejor regalo que tenerlo, compartirlo, saborearlo, exprimirlo y celebrarlo. Luego están los minutos, que en ocasiones nos saben a segundos. Y las horas, que pueden convertirse en días llenos de gloria. Y las semanas en las que planificamos nuestros mejores proy

Si el mundo fuese un deseo.

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La Socia arrastra la adolescencia en palabras desganadas, respuestas que a veces no tocan y exaltación de los derechos del yo, mi, me, conmigo propios de la edad. Desde que soy «señora» he pasado al otro lado: Porque te lo digo yo, que soy tu madre. La frase lapidaria que nunca falla y no da opción a réplica. No al menos por ahora. He despertado con la ilusión de todos los años por esta época: que me quede como estoy, ni mejor ni peor. Que sí, que la cuestión es avanzar, pero eso no depende de la suerte sino de nuestra capacidad. Para ilusionarnos, agradecer y ser conscientes de cada día: presentes, acompañados y libres de toxicidad.  Paz. Amor. Y salud para todos. Si el mundo fuese un deseo. 

EL SORTEO

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En esta época de luces y colores e ilusión, siempre me acuerdo de la frase que repetía mi abuela, la Micaela: «Con lo guapos que son los niños de Hospitalet y siempre salen los de San Ildefonso.» Me he puesto el blazer de lana color crudo encima del vestido. Parezco un pastoret. En cualquier otra época me hubiese cambiado al percatarme de la coincidencia pero, desde que me la trae al pairo lo que opinen los demás, vivo más tranquila y mi armario se combina según le vengan. Las ganas, porque ésas no se tienen que perder nunca. Ni de las de comer bien, ni regular y tampoco las de asalto a mano armada a la nevera. De tanto en tanto, un atracón de dulces, sofá y manta no está mal. Aunque en mi caso esta última empieza a estar en desuso por culpa de la menopausia. Que sí, que an mis cuarenta. Pero empezó antes, a los treinta y pocos. Después de la palabra prohibida. Me dice mi amigo Pipo que no la diga. No al menos tanto. En este post me toca. Cáncer. Hoy también es el día. Me acuerdo de Pu

DESTELLOS

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En la barra de los lamentos, una chica sostiene una taza de té mientras las lágrimas se le acurrucan en las mejillas. La tristeza la envuelve en un aura del que sólo ella es protagonista. Mientras tanto, el móvil de la manzana ha aprovechado mi estado contemplativo para volver a cambiar el diccionario a inglés británico. Supongo que la inteligencia artificial ha debido intuir de qué va mi próxima andadura literaria. Y hasta aquí puedo leer. Tres compañeras de trabajo hablan sin filtros de su madre superiora. Me miran. Que no, que no la conozco. Es que estoy con la antena puesta. Levito por la calles del centro, subida en una burbuja de perspectiva. Apenas a un palmo de distancia del suelo,  lo justo para no rendirme ante la gravedad. Ni de ahora ni de lo que venga, que nada ni nadie nos libra de pecados y que pecar de tanto en tanto no está mal. Una caña y un mini de jamón, mientras veo la gente pasar. Un destello de luz es lo único necesario para alumbrar. Iniciar un camino. Tomar con

F O T O S Í N T E S I S

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Otra vez me ha vuelto a pasar. La película tenía todos los ingredientes para mantenerme despierta hasta el final. Las pestañas me empiezan a temblar, se acomodan, un suspiro, Viambtú hace una mueca. Que no, que no —le digo negando con la cabeza—, que no me duermo. Los dos sabemos la verdad . La culpa es de las plataformas —me digo—, con tanta oferta no me da la vida. Caigo rendida en el sueño con banda sonora del Friday Night. Sueño mi vida en fragmentos: destellos de luz en una espiral cromática de claros y oscuros. Como los personajes de mi próxima novela. Ya estoy liada con la cuarta. Que sí, que nada me hace más feliz que levitar con mis letras. No pagan facturas pero alimentan el alma y la creatividad. Quizá debería convertirme en planta. Sería un posible deseo de Navidad. Buscaré un punto de luz en mi ventana, posaré majestuosa ante la vida. Haré la fotosíntesis con la luna. Y al amanecer, contemplaré que la vida continúa. Como la película, que otra vez se ha vuelto a acabar. —Ho

L A V I D A M I N Ú S C U L A

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También se acentúa. La Socia me ha preguntado por qué camino así. «Así, ¿cómo?», replico con otra pregunta. Arrastrando los pies, añade señalando mis zapatillas. «Ah, ¡como las muñecas de Famosa!». No sé qué es eso, mama. «Que sí, el anuncio de Navidad: las muñecas de Famosa se dirigen al portal…». Eso es de tu época. Touché. Por un momento había olvidado que hace tiempo que escucho los 40 Classics, que siempre he sido de Blur, que no digo «bro» sino «tío» que busco palabras en el diccionario, ideas afines en infinitos campos semánticos, aunque Siri lo sepa y Alexa lo intuya, me pierdo por la ciudad adrede (y aposta que también me gusta), con o sin Google Maps, odio llevar reloj —ni que me masajee la muñeca: la necesito libre para escribir historias—, que a veces me gusto y otras me encanto y se me echa el tiempo encima como la vida: Que a veces me parece minúscula. Y otras no me alcanza la vista. Pero en ambos casos, se acentúa.  Para que no pierda fuerza, ni lustre, ni solera. Siempr

E L C H A S C A R R I L L O

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Si ya lo tarareaba Mr. Joe Cocker:  «You can leave your hat on». Se acuclilla al tiempo que se lamenta de lo lejos que está el suelo. Un segundo antes, el sutil tintineo de una moneda cayendo ha interrumpido nuestra conversación matutina. Hoy el tema eran los sueños. Le digo que debería quedarme una mañana tomando notas de sus ocurrencias y me contesta que siempre habla con chascarrillos. Otra palabra para mi colección.  Vuelvo a los sueños.  Me pregunto cuál es la distancia que hay entre ellos y yo, si podría poner una ruta directa evitando contratiempos y, de ser así, si llegar a ellos sería igual de satisfactorio que yendo por un camino de piedras. Que no hacen falta muchas, las justas para decir eso de «lo mío me ha costado». Pero ahora esto no se estila; los sueños no se alcanzan ni se cumplen. Ni siquiera se sueñan. Ya no hay lista de deseos y la ilusión está envuelta de inmediatez. Con lo que disfruté yo oliendo las páginas del primer libro que publiqué. Recuerdo que alguien me