E L C H A S C A R R I L L O



Si ya lo tarareaba Mr. Joe Cocker: 

«You can leave your hat on».

Se acuclilla al tiempo que se lamenta de lo lejos que está el suelo. Un segundo antes, el sutil tintineo de una moneda cayendo ha interrumpido nuestra conversación matutina. Hoy el tema eran los sueños. Le digo que debería quedarme una mañana tomando notas de sus ocurrencias y me contesta que siempre habla con chascarrillos. Otra palabra para mi colección. 

Vuelvo a los sueños. 

Me pregunto cuál es la distancia que hay entre ellos y yo, si podría poner una ruta directa evitando contratiempos y, de ser así, si llegar a ellos sería igual de satisfactorio que yendo por un camino de piedras. Que no hacen falta muchas, las justas para decir eso de «lo mío me ha costado». Pero ahora esto no se estila; los sueños no se alcanzan ni se cumplen. Ni siquiera se sueñan. Ya no hay lista de deseos y la ilusión está envuelta de inmediatez. Con lo que disfruté yo oliendo las páginas del primer libro que publiqué. Recuerdo que alguien me dijo que nunca me haría rica escribiendo y razón no le quito. Porque mi sueño nunca fue ése. 

Lo único que necesito es desnudarme y vestirme de ilusión, personajes, historias y letras. 

—Ay, Joe, la de desamores que me habría ahorrado. 

—You can leave your hat on. 


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