SEPTIEMBRE HUELE A LÁPIZ


Mientras busco una playlist que aún no haya escuchado —ardua tarea para los amigos de Spotify— la aplicación me sugiere «música para bodas». La madre que la parió, pienso, qué poco me conoces. Que no te digo que el amor no esté de moda, le pasa como al rojo, que combina con todo,  pero a mí es que el paripé me sobra. Suena ‘Love is all around’ y se me achican los ojos, las pestañas me abanican la mirada y le pongo morritos a Viambtú (bajo la mascarilla, aunque aquí en el tren somos pocos los que la llevamos). Maldita sea, ya se me ha colado el romanticismo sugerido. Que sí, ese que te sugiere —valga la redundancia —que regales algo, sientas galopar tu corazón en febrero, te arrodilles (¿aún se estila esto?) pasados los treinta y pocos y tengas hijos al año —la parejita si te lo puedes permitir, hi j@ únic@ en su defecto,  que ahora entre el precio de la luz y el gas y el cambio climático ves a saber tú — y fueron felices y comieron perdices. Debo ser una hater del amor a la que le gusta bailar descalza al ritmo de Édith Piaf, un lunes antes de cenar. Sentir, vibrar, compartir y debatir opiniones, la conjugación perfecta del amor, independiente, autosuficiente y continuo.

Septiembre huele a lápiz.

A vuelta a empezar.


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