LIBRE DE ETIQUETAS

La niña del sombrero de tiburones y sonrisa difícil se ha quedado por fin dormida. Tiene mérito. El adolescente que comparte sus gustos musicales con todo el vagón ha decidido pasar a la siguiente canción que, dicho sea de paso, suena igual que la anterior. Me concentro en  respirar y que la exhalación llegue a lo más profundo del útero. Lo tengo ofuscado, buscando su sitio. Bienvenido al club, le digo con resignación. La operadora de la compañía de la luz que me ha llamado para ofrecerme una oferta de verano que «no podrás rechazar, Annabel, y dime,  tienes voz de joven. ¿Qué edad tienes?». 40, respondo.  Resopla en una mueca con risa contenida. Ya te llegará, querida, he pensado antes de colgarle. Mientas tanto La Niña Tiburón ha sonreído a La Madre vestida de pantera que la parió. El chico Reggeaton se ha llevado ¿la música? a otra parte. Mi útero fluye por fin a sus anchas, saluda a la libertad de despecharse sin que nadie lo corrija, ni intimide, ni obligue a ser pantera en una sociedad llena de tiburones.

 No sé quién soy, pero ¿acaso importa cuando eres libre?

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