ILUSIONES



En casa ya es Navidad. 

El árbol (del chino), el Belén (del portal), la decoración multicolor, el cartel de cada año colgado en la puerta y los mismos deseos. Esos no cambian. Mucha salud, tiempo juntos, recortar distancias, que me escuche un día o un minuto o un segundo, el cielo.  Que las estrellas me iluminen y que sepan que las quiero. La socia revolotea  por casa cantando estribillos navideños, baila de puntillas en la pre-adolescencia tímida, se enfadada y se arrepiente en un segundo, escribe cartas con deseos, sueña con los ojos abiertos. Y yo, la madre que la parió, escéptica de las campañas de esperanza  impuestas, que no cree en escaparates en los que se venden almas y alquilan valores y principios por días, me dejo llevar por la ilusión. Porque esa no se tiene que perder nunca. Ni en Navidad ni en febrero. Ni en martes ni domingo. Ni al despertar ni al ir a dormir. Porque ese día, el que perdamos la capacidad de ilusionarnos, ya no seremos. Ni siquiera en el cielo, porque allí solo brillan los que se fueron.

Felices nuevas ilusiones.

Feliz vida. 


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