ME LLAMO EVA



Tengo diecisiete años. He muerto hoy en la carretera. 

Nací un día de primavera. Mi madre dice que tengo la piel blanca como la flor del cerezo, la cara salteada de pecas y los ojos vestidos de verde olivo. De los de La Mancha, añadiría mi padre. Ellos también yacen en el asfalto. Conmigo. Tan lejos, tan cerca. Tienen los ojos cerrados. No hemos tenido tiempo de despedirnos.

En septiembre empezaré el primer curso de bachillerato. Me gustan las letras y las ciencias, jugar a ajedrez, nadar en cualquier mar que tenga orilla en el Mediterráneo, donde la Costa Brava pueda acariciarme las venas. Tengo el corazón pintado de colores. Los sentimientos con una bandera que ondea libre de prejuicios, sin censura ni tabúes.

Tengo una hermana. No venía con nosotros en el coche. 

El instituto me va bien. Hace poco le dije a mi grupo de amigos que me gustaban las chicas. Ninguno pareció sorprendido por la noticia, salvo mi mejor amiga, Helena, que me abrazó fuerte hasta dejarme sin aliento. Tía, vale, vale—conseguí soltarle mientras nos dejábamos llevar por la emoción del momento. Solemos salir a una discoteca del centro de Barcelona, donde los sentimientos son tan libres como nuestra adolescencia. El amor es un tema del que aún no puedo hablar, no he conocido a nadie que haga bailar mariposas en mi estómago y cabeza. Ambos a la par. 

Ayer les confesé a mis padres la verdad sobre mi corazón. Lloramos. Nos abrazamos. 

Hace dos veranos que mi hermana y yo vamos a pasar unos días a Inglaterra. Nos hospedamos en casa de nuestra tía. Se llama Cloti aunque aunque en la vieja Inglaterra todos le llaman Lottie porque no saben pronunciar un nombre tan castizo, con tanto brío. Cuando tenía veinte años se enamoró de un soldado inglés y se fue con él. Aprendió a leer y a escribir en la lengua de Shakespeare antes que en el castellano de Cervantes. Nos hace gracia su acento British cuando hablamos. Me encanta el olor a césped mojado de la casa de Auntie, los canales del condado de Weybridge y las roast potatoes que nos prepara cada verano a modo de bienvenida. A veces me levanto por la noche, de puntillas, abro la nevera y me como una o dos patatas que han sobrado de la cena. Luego vuelvo a la cama sin que se de cuenta y me quedo dormida. 

Tras mi confesión, hemos decidido irnos un par de días de viaje. Necesitamos hablar. 

Cuando me sumerjo en el mar me siento libre. Me gusta bailar con los peces. Sentir la marea subir y bajar. Perderme en la sal del Mediterráneo. Dejar que mi cuerpo se mimetice entre el mar y la tierra.

Íbamos dirección Francia. Dos carriles con sentido único. Un conductor despistado.

He hablado con mi hermana minutos antes de que entrase a trabajar. Le he dicho que todo iba bien. Ella me ha insistido en la importancia de este viaje. De estar con mis padres. A veces se pasa de responsable. Pero esta vez, se lo agradezco. Que sí, que sí, Anna. Ya te he escuchado. Te quiero, he dicho antes de colgarle. 
El camión ha invadido nuestro carril. No ha habido tiempo. 
Me llamo Eva. Tengo diecisiete años y un corazón libre. De colores. 

                             ***

A mi hermana.

Texto finalista Narracions Curtes Josep Soler i Palet (Terrassa) 

Annabel Arcos Ruiz


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