LAS PERAS DE SÒNIA




Me ha dicho Sònia —mi oncóloga— que ya lo suponía. Que sería lo primero que haría.
Y no se ha confundido. 


La Mutua de Vida estrena pasillos, escaleras e historias. Me toca revisión, ya no sé si la anual o la del medio. He perdido la cuenta de las que llevo. Se ve que lo de la neblina mental no afecta a todos los pacientes tras la quimio. Tan solo a algunos. Como yo. Me va a épocas. A veces recuerdo y otras no. Supongo que lo innecesario no merece la pena recordarlo. Y lo importante volverá, forzado o casual. No me dejo ningún beso por dar y ningún te quiero por demostrar. El rencor no forma parte de mi estado natural. Y las promesas se convierten en hechos nada más empezar. Pronunciar. Un deseo o pensamiento. 


En la sala de espera somos dos. Perdón. Cuatro. La chica de pelo largo, su madre y la vida que le late dentro. Nos miramos. Palmira —nuestra enfermera preferida— nos presenta sin preguntarnos. 


  —Pues está embarazada...—dice sonriendo–, y está tan guapa. 


Mi Palmira. Nuestra Palmira. La enfermera que nos recoge en el despacho tras las buenas y las malas noticias. Con sus manos y su dulzura. La que nos da paso y nos dice cuánto tiempo de espera nos queda. Y ninguna rechista. Mi Palmira. Nuestra Palmira. La enfermera de vida que nos presenta, nos alienta y nos anima a seguir adelante con nuestras ilusiones, dibujándonos un presente tan futuro, un futuro tan presente que casi rozas con las yemas.

  —Y yo también querré estarlo —suelto sin pensarlo—, pero no sé si podré. Si la quimio me ha dejado estéril. Si la edad me lo permitirá. ¿Has tenido que utilizar otros óvulos?

  —Sí —asiente la chica que le late la vida—, por la privada. Es caro —añade mientras se toca la tripa—pero estoy contenta. 


En mi caso tuve que escoger: congelar los úvulos antes de iniciar el tratamiento de quimioterapia o enfrentarme lo antes posible al cáncer. Me dije a mí misma que mi hija necesitaba una madre antes que un hermano. Y ahora que me he curado, no renuncio a ser madre de nuevo, como no renuncio a todo aquello que me hace ilusión. Hay que valorar cada caso. Cada cáncer y dependiendo del tumor. Los tratamientos que hemos seguido, que continuamos, las hormonas y los efectos secundarios. 


  —¿Annabel? Te toca —anuncia Palmira desde la puerta. 


Sònia me espera con una sonrisa. Se la devuelvo con otra. Me apresuro a quitarme el poncho, el gorro y la bufanda. Y le choco las tetas. Las dos. Y no es que me guste el roce de nuestros bustos bien puestos. Es que me gusta sentir que tengo dos pechos, que se los choco a mi oncóloga. La misma que me dijo que no teníamos tiempo. La misma que me pautó un tratamiento. La misma que escribió en una hoja de despacho un año y medio de médicos. La misma que hoy sonríe al verme con mi pecho de nuevo.

Me ha dicho Sònia —mi oncóloga— que ya lo suponía. Que sería lo primero que haría. 
Darle las gracias por alargarme la vida.



Feliz día
annabelarcosruiz.blogspot.com

'Cáncer:contigo puedo' La esfera de los libros, febrero 2018.


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