MAMA: TE TOCA



El éxito fue volver a casa.



WhatsApp nuevo. Viambtu: He sacado a pasear a Rei y he recogido sus zurullos.  Me encantas cuando te pones romántico—le contesto con la ironía manchega heredada del Andrés. He vuelto a casa tras dos días en la Feria del Libro de Madrid. Una experiencia inolvidable, llena de momentos para recordar en los que he conocido a personas a las que admiro, no solo por sus letras, sino por lo que evocan sus almas. Tiene Melchor la calidez y la empatía de quienes vivimos la vida así, con la intensidad de la prisa. Y Javier, con la picardía de sus niñas y esa nube de de misterio que le envuelve el atractivo.¡Ay1 Alejandro, cuántas carcajadas y guiños se me han perdido en tus libros. 


He llevado a mis nueve meses de letras, seis de quimioterapia, uno de radioterapia y veintiún días de mastesctomía recogidos en 'Cáncer: Contigo Puedo'. También he envuelto a Andrés, Manoli y Eva en mi corazón y a la resiliencia de todas mis experiencias vitales escritas y selladas en cada una de mis firmas. He recibido con los abrazos abiertos y la sonrisa muy despierta a las compañeras de vía que se han acercado a saludarme. ¿Qué podría sentir sino agradecimiento por cada una de las personas que me han acompañado en este sueño?


El señor de la cola que espera con un paquete de papel de culo marca de perro me mira. Gira la cabeza y vuelve a mirar. Yo espero mi turno con mi socia. Llevamos el carro de la compra hasta arriba con cosas necesarias y otras, como las galletas de dinosaurios con formas diferentes y la entrada a no-sé-qué-parque-de-atracciones incluidas para que piquen los padres (pues que la lleve su santo padre, tú—pienso para mis adentros acompañado de un "hum" con el dedo de la palabrota —como dice mi socia—levantado). El señor del paquete de culo me repasa de nuevo. Se le abren los ojos como platos y me pregunto si será porque llevo la cara al natural; mi sombrero de verano o simplemente se hace el despistado. Ahora caigo. Fija su mirada en mi explanada. Resulta que he salido a pasear vestida de sport. Con uno de esos sujetadores tan cómodos tipo deportista. Y, ¡ups!, se me ha olvidado colocar el doble relleno en la parte izquierda, con lo cual me sale la teta derecha disparada y en la otra absolutamente nada. Mi pecho parece una pirámide. Un triángulo mirando hacia la derecha sin nada que objetar a la izquierda. Siento, en un primer momento, vergüenza, culpándome por no haberme puesto las dos malditas almohadillas que simulan una teta. 


–Mama, maaaaaama—me reclama mi socia—, ens toca.


Giro de nuevo la cabeza y el señor del culo continua mirándome. Y yo me pongo colorada. Aina me estira de la camiseta señalando a la cajera y la cinta que va paseándose sin nada que marcar. Sonrío. Y pienso que aquel culo que continúa mirándome sin disimulo no es consciente de que el papel que sostiene es para limpiarse su propia mierda. Perdón. Vergüenza.


Me han preguntado en más de una entrevista qué es la resiliencia. Y dónde se aprende. La llevo tatuada no solo en mi historia de vida sino también en mi muñeca de derecha, junto a tres estrellas. Y una roja, que es la mía. No he ido a ningún sitio a aprender a ser resiliente. De hecho no sabía ni lo que era, ni qué significaba. Supongo que la descubrí el día que decidí seguir viviendo sin victimizarme por ella. Aceptando la injusticia de haber perdido a mi familia en la carretera, apostando por levantarme cada día por mí y también por ellos. Y así, con esas mismas ganas y ese mismo respeto hacia mi socia y hacia mí misma, opté por enfrentarme al cáncer subida en mis tacones y con los labios bien rojos. No sé si la resiliencia es igual para todos. O cada uno la entiende a su manera. Yo solo sé que el amor que me transmitieron mis padres y Eva durante mi infancia es la resiliencia que conozco. 


La que vuelve a casa. 
Porque el éxito sin la gente a la que amas, 
Se queda en
NADA. 



Feliz día
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