NO ME CULPES. HAZME LIBRE





La perfección, que diría aquel, no existe. Ni los días diez. No existe, tampoco, el momento idóneo. Ni el amor perfecto. Ni el desamor sin duelo. No existe el amigo que siempre escucha. Ni el hombro que te acurruca. No existe el perdón sin la culpa. Ni el error si no rectificas. ¿Qué fue antes? ¿El huevo o la gallina? ¿El error o el perdón? ¿La conciencia o la inconsciencia? ¿El tuyo o el mea culpa? El dedo que señala. La conciencia lapidada. ¿Qué fue antes? ¿Tu ceguera o mi ignorancia?


Le he besado hasta las sienes del recuerdo que nos graba. Nunca me había mojado los pies aun teniendo el alma helada. Con él me atrevo. A saltar. A nadar. A sumergirme en los sentimientos que no se esconden tras ninguna cortina. Ni de humo ni bendita. Ni se avergüenza tras la hipocresía. Le he dicho que le quiero. Con lágrimas y sonriendo. Ahora sé que es posible hacerlo. Tiene la mirada tan clara que no podría derrumbarla. Directa. Precisa. Honesta y enamorada. Y aunque yo, que tengo el desnivel de mi teta tallada, me siento en equilibrio. En paz conmigo. Y con el mundo. En una nube rasa. Que toca la tierra. Y me conecta el alma. 


—Son diez años más–dice Padremadre mientras mueve la cucharilla del café con leché que ha preparado. 


Dice que el duelo de la yaya lo hizo con diez años menos. Y ahora está haciendo el de Auntie. Su compañera de vida. De sus días y viajes. A los ochenta. De su amor. Quizá el último. Quizá. El último al que quiera. Le replico que tiene más familia, aunque los dos sabemos que no es lo mismo. Me mira y claudica. Le miro y no sé qué más añadir a mi frase hecha de enciclopedia emocional aprendida. No le cuento nada. No al menos nada que pueda preocuparle. Mi socia está diferente. Y ya le he puesto "fil a l'agulla"


–Entonces —continuó tras  una breve pausa–, la semana que viene: ¿Vengo también el miércoles?

—Ea. Pues ya te diré—contesta. 

—¿Quiere venir a casa, yayo? Aina y yo le cuidamos. 

—Tengo muchas cosas que hacer por  aquí. Pero... la semana que viene... Vienes?

—Pues claro. El miércoles...

–Y otro día —se adelanta—, si puedes. 



No le culpo. De su tristeza. Ha perdido a su compañera. No voy a animarle ni a forzarle a que sonría. Le voy a acompañar en sus días. Hacerle saber que estoy a su lado. Que haré lo que me diga. Así. Sin más preguntas, señoría. Él ya se ha permitido caer. Ha dejado de culparse. Ha aceptado su duelo. Y su tristeza. Y su pena. Y su incoherencia. Y su apatía. Y yo he dejado de quitarle la razón. He dejado de quitarle hierro. Le quiero. Y le dejo libre en su duelo. En su opción por vivirlo como quiera. Mientras tanto, le seguiré queriendo. Culpable o inocente. Consciente o inconsciente. Le acepto libre. 


El perdón nos hace libres de la condena de nuestra conciencia. 



Feliz día
annabelarcosruiz.blogspot.com






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