AL ANDRÉS



Había dejado anotado su nombre y apellido. Y el teléfono fijo de casa. 



Me gusta ordenar. No solo las ideas. También las cosas. Las que se amontonan y las que guardo. Un día de esos en los que me da por poner orden, par con par, lo saco todo. Lo vuelco. Al igual que mis sentimientos. No paro hasta que acabo. Rei me mira de reojo. Es mi perro. Me deja por imposible. Supongo que tras año y medio conviviendo sabe perfectamente que cuando me da estaré un rato. No te preocupes—le digo poniendo los ojos en blanco—, que a tu paseo llegamos. Entonces hace un leve movimiento de cola, mira hacia el otro lado y se va con uno de los peluches de la socia en la boca. Como si no supiese que se lo ha robado. 


—Te'l regalo, nino—le dice Aina mientras cuenta los peluches que Rei guarda en su cama—. Amb aquest ja no jugo. 


Viambtu está a unos 3.000 km de casa. Y aún así sigo sintiéndole cerca. La distancia se corta a golpe de sentimiento, voluntad y siendo sinceros. Recuerdo cuando  me sentía encerrada. Enjaulada en un jaula de oro, con las puertas relucientes y la sonrisa perenne. Con las ganas de saltar, aunque fuese al vacío, pero ¡saltar! Con las ganas de gritar, aunque fuese en silencio, pero ¡gritar! Con las ganas de vivir, aunque fuese muriendo, pero ¡vivir! Viambtu está a unos diez segundos de mi alma. Y aún así me parece demasiado lejos. 


El Andrés tenía agolpados libros y libros en el estudio y comedor de casa. Cuando se fue con su bandera de derechos humanos y pintó un cielo sin fronteras, recogí sus bártulos. Algunos me los quedé, porque no podía deshacerme de ellos. Saramago. La Caverna. Aún no lo he empezado. Aún no lo he terminado. Lleva en el mismo sitio años. He ojeado sus páginas amarillentas esperando encontrar algo. Quizá una nota. O una señal. Puede que un punto de libro. O una sorpresa Quizá una dedicatoria. Alguna pista. Nada. Espera. Un momento. En la primera página: Andrés Arcos. Y el teléfono de casa que no he olvidado. 


No sé a cuántos kilómetros queda el azul cielo de la mirada del Andrés. Si allí donde sigue levantando fronteras y ondeando la bandera de la libertad le llegan las letras. Quizá en un soplo de aire o quizá en las nubes mecidas. Puede que en una suave brisa de esperanza o en la lluvia que me baña cuando no encuentro sus niñas. Quizá busque señales como yo. O quizá esté demasiado ocupado pintando de colores el cielo. Qué sé yo. Le diría que no ha cambiado su letra. Que la recordaba tal cual. Que quizá no consiga leerme nunca La Caverna. Pero seguiré intentándolo. Al igual que le seguiré escribiendo. Si te llegan las letras a tu cielo:


El teléfono fijo de casa ha cambiado.
Pero yo seguiré recordando el que anotaste en La Caverna. De Saramago. 

A mi padre. 


Feliz día 
annabelarcosruiz.blogspot.com



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